viernes, 23 de mayo de 2008

sábado, 5 de abril de 2008

Becario

Me topé en el recibidor con un viejo cronista a quien los días se le iban en articular toses y algún que otro estertor literario. Casualmente, me habían encargado –dada mi condición de becario en funciones- un borrador necrológico sobre su persona. Allí mismo, antes de iniciarse el coloquio, me saludó muy ceremonioso con la misma mano que acababa de llevarse a la boca.

Camino de casa, arrumbado ya su cadáver en mi maletero, reconocí las inconveniencias de la vida de becario y la confusa excitación de las primeras publicaciones.

jueves, 7 de febrero de 2008

Kind of blue


CONNECTICUT (4.02.08) - Como un Miles Davis de la oratoria, Barack Obama pasa largos intervalos de espalda a las cámaras. No es insolencia, nada de eso. Se gira para hablar a la tribuna trasera o dedicar un gesto a la sobrina de J. F. Kennedy. Su discurso, depurado hasta la mímica, huye del circunloquio y el fárrago electoralista. No entra al detalle cuando alude al estado de las escuelas, la retirada de los tropas de Irak o el promisorio seguro de salud. Hablar del cambio le ha llevado mucho tiempo recorriendo el país de punta a punta, asegura. “Pero hoy estoy aquí para deciros que mi apuesta ha dado sus frutos y que mi fe en el pueblo americano se ha reivindicado”. Para llenar el aforo del XL Center de Hartford, que ronda los 17.000, varias horas antes del inicio una cola serpentea las calles aledañas bajo una nieve intermitente. Y se produce la sorpresa: lleno absoluto en las gradas y un centenar de simpatizantes, a la espera de una vacante, frente a los monitores del vestíbulo. “Creemos en el cambio”, reza un grito unánime, “Obama es el cambio”. Durante la representación, su mentor y único superviviente de los hermanos Kennedy, el senador de Massachusetts, se refiere al candidato como el “maestro del senado”: virtuoso y no exento de carisma. Quedan apenas unas horas para el decisivo supermartes y el artificio del momento sabe a victoria. “Echa un vistazo a la gente aquí reunida”, lo anima su colega John Larson, “y siente el momento”.

martes, 30 de octubre de 2007

Storytelling

Chernóbil

Durante los años de estudio y preparación previos a su ingreso en la central de Chernóbil, se les había persuadido con la idea de que cada uno de ellos podría llegar a escribir, algún día, un capítulo de la Historia. De modo que todos guardaban una pequeña libreta, generalmente de color rojo, en donde anotaban en horas de trabajo lo que en el mundo debía acontecer, sus mejores propósitos para la humanidad.

Tras la catástrofe, se comprobó que el contenido de las libretas no coincidía y que nada de lo que en ellas había escrito llegó a suceder. Entendieron que lo que uno escribe nunca es lo que ocurre, sino lo que no ocurre mientras se está escribiendo. Acto seguido, quemaron las libretas y en el cielo se dibujó una gran nube infecta.

sábado, 29 de septiembre de 2007

La mosca

Los salvajes que habitan estas tierras te miran con ojos de sapo cuando pides un double expresso. Las moscas de la zona, aliadas con los camareros, la emprenden con cualquiera que se atreva a ocupar una terraza con tan minúsculo apetito. El café y las moscas me recuerdan el día en que conocí a Enrique Vila-Matas, hace ya un año, con motivo de los actos de celebración del décimo aniversario de la muerte de Marguerite Duras.

La conferencia comenzaba a las seis y yo había llegado con demasiada antelación, por lo que decidí matar el tiempo en un bar cercano donde, para mi sorpresa, se hallaba el escritor. Tomé asiento a una distancia prudencial, desde donde pudiera espiarlo sin levantar sus sospechas. Luego pedí un café. Él sujetaba un whisky al que acudía con avidez, decidido a iniciarse en el coloquio cuyo título, Se escribe para mirar cómo muere una mosca, había generado expectativas de todo tipo. Sabía a través de sus libros y de algunos artículos de prensa que era un hombre alcanzado por la singularidad, si bien yo estaba más preocupado en disimular la excitación que me producía verlo de cuerpo entero, sin las mutilaciones que sufría en las fotografías. Efectivamente, se daba un aire vampiresco, no sólo en sus rasgos, sino que de su propia forma de estar en aquel bar de Noviciado se desprendía un halo misterioso y al mismo tiempo amenazante, entre imprevisible y accidental. Luego, sin previo aviso, se marchó. Asaltado por un mal presentimiento, preferí quedarme en el bar, renunciando a mi cita, y ocupar el lugar que había dejado en la barra, donde aún permanecía su vaso. Allí llamó mi atención la agónica agitación de una mosca atrapada en los restos de su whisky. Especulé sobre la posibilidad de que su último libro hubiera hecho posible, con el pretexto del neurálgico recuerdo de Duras, que Enrique acudiera a Madrid sólo para beber del vaso en el que más tarde una mosca se entregaría, en una dedicatoria heroica, a los preámbulos de la muerte. A fin de cuentas, uno no escribe si no es para ver cómo muere una mosca, me dije. Sin embargo, Vila-Matas se había olvidado la suya. Algo conmovido, decidí certificar en una servilleta el momento exacto de su fallecimiento. Ocurrió a las 17.36, a la misma hora en que un día Duras fue testigo en su jardín de Neauphle-le-Château del fatídico destino de otra mosca (lo que, al parecer, le produjo un gran impacto). Extraña correspondencia, que no alcanzaba a entender, entre insecticidio y escritura automática. Como en tantas otras ocasiones, acudí mentalmente a mi diccionario de citas, donde encontré subrayado que la creación es una forma de olvido. El olvido -añadí yo- de una mosca que agoniza en los misteriosos y amenazantes contornos de una escritura entre imprevisible y accidental.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Where am I?

Según un estudio reciente, el 20% de los norteamericanos no sabrían situar su país en un mapa. Ésta es una explicación, prudente donde las haya, del fenómeno. No tiene desperdicio.

lunes, 27 de agosto de 2007

Transummers

La foto está tomada en el metro de Nueva York. Poso junto a una abuela cagada (como diría Antía) a la madre de Woody Allen en Historias de Nueva York. En un intento de amabilidad típicamente norteamericana (de las que te piden el mail para cerciorarse de que has llegado bien a tu destino) nos perdió varias veces por el suburbano.



El vídeo certifica un intento frustrado por romper la night. En este antro de New Haven, aderezado por una mezcla nada afortunada de reggaeton, hip hop y pachangueo huertiano, se dieron cita todo tipo de malotes jamaicones tratando de hacerse valer. Llama poderosamente la atención que en EEUU existan únicamente dos categorías bien diferenciadas de personas: los feacos de espanto o trol people y los guapos esculturales o también conocidos como beach folks. Tipos como yo, de un palo más normal, no se ven por estas tierras.

domingo, 26 de agosto de 2007

viernes, 24 de agosto de 2007

Plan de huida

En fin, ya estoy aquí. Después de dos días de viaje, ya estoy aquí. El campus es tal y como lo imaginaba y dentro de poco empezaré a instalarme. Digo esto porque, pese a que ya tengo mi casa y mi habitación asignadas, he comprobado que hay un cuarto mejor que el mío, bastante más grande y un poco apartado del bullicio de la casa. Le ha tocado al FLTA (Foreign Language Teacher Assistant, es decir, a lo que yo me dedicar aquí) de Omán y mantengo viva la esperanza de que el tío llegue y diga: "Menuda mierda de room, demasiado grande, demasiadas ventanas. ¿Alguien me la cambia?". O eso, o quizá esté dispuesto a recibir algo a cambio, un poco de tabaco o dinero en metálico. Por qué no.

De cualquier modo, hoy me he levantado con una extraña sensación de hastío. Habría preferido que se tratara de algo más profundo e intenso, algún tipo de experiencia vital. Sin embargo, mi hostilidad tiene otro origen. Ayer, me quedé dormido viendo un capítulo de Padre made in USA en la cama. Me desperté al poco con un estrépito desagradable. Medio sonámbulo, pude comprobar que mi Mac, antes apoyado sobre un libro en la cama, había resbalado y caído al suelo, produciendo el ruido que me había sobrecogido. Haciendo alarde de una torpeza extrema, lo coloqué sobre la mesa, hice luego mentalmente un parte de incidencias y continué soñando, ahora con portátiles e iPods que me inquirían y me perseguían por todo el campus. En la pesadilla, yo trataba de persuadirles de que no había sido mi culpa, sino la del libro sobre el que se apoyaba el ordenador, y que sin duda habrían de acudir al autor de Doctor Pasavento para exigirle las pertinentes explicaciones. Ahora, recién levantado, he comprobado que el ordenador luce un pequeño abollón en una de las esquinas y un rallajo sin fonética en la tapa. Nunca pensé que un libro pudiera producir tanto daño. Algo conmocionado, he salido a dar una vuelta, tratando de ser un paseante al estilo del doctor Pasavento, convertirme en un habitante de la nada, en una nada no habitable, y hallar consuelo entre la frondosa vegetación. Al volver a casa y recordar el estado de mi ordenador, casi he deseado la muerte. Mientras me debatía entre lanzarme por las escaleras de la casa o apuntarme al equipo de rugby, me he entretenido pensando en que, a veces, las estrategias publicitarias superan con creces la anuencias de la ficción. Me ha venido a la mente Santiago Segura, un hombre dotado de un carisma revulsivo que asume 24 horas al día la condición de hombre-letrero, como tantos hay por el centro de las ciudades vendiendo y comprando oro. Así las cosas, la muerte puede llegar a ser también un señuelo promocional. Persuadido de que el éxito ha de ser póstumo, de que la propia naturaleza de la cultura ha de sobrevivirnos y de que todo huele a rancio, siempre pensé que Bob Dylan había muerto trágicamente en un accidente de coche. Si bien desconocía los detalles sobre el suceso, ya desde su primer disco lo di por muerto.

La muerte no sólo acentúa nuestros logros sino que es extrañamente reveladora. Recuerdo que a un amigo, a quien su padre siempre le decía: “Más vale bailar la pieza más larga con la moza más fea”, tuvo que esperar a que éste pereciera para, imbuido por una inspiración repentina, entender verdaderamente el significado de aquella frase. Hubo de estar sentado en una terraza en Marrakech, un 17 de agosto, frente a la plaza de Jamaa el Fna, teñida por los acres de la tarde, para desentramar el arduo sentido de los consejos del padre, un cerrajero a domicilio. El pensamiento lo esperaba allí, a más de mil kilómetros de Barcelona, donde vivió siempre su padre desatorando puertas. Me pregunto por qué las feas bailan más tiempo y cuántas ciudades habré de visitar yo para empezar a comprender algo, en qué rincón remoto acertaré el sentido de todo esto. Con toda probabilidad, aquél habrá de ser un lugar alejado de la civilización, apartado de Madrid, una suerte de gruta prehistórica, como la que visita Jean Baptiste Grenouille en El perfume, un santuario de los instintos más acérrimos. Si no, una isla, la isla noruega de Faarö, por ejemplo, donde Bergman encontró la muerte. Sospecho, pese a las indicaciones de su hija Eva a la prensa, que el bueno de Ingmar sigue vivo y que con esto no quiere si no avivar el apetito malogrado por sus películas. Al fin y al cabo, es la huida la que engancha. La muerte es sólo una explicación discrecional en la que nadie para creer a ciencia cierta.

El otro día, dos helicópteros que trabajaban para dos cadenas de televisión norteamericanas colisionaron en el aire mientras trataban de dar cobertura a una persecución policial. Huir es algo muy corriente por aquí. En el fatídico accidente murieron cuatro personas. Este tipo de realities se emiten en directo y según avanzan uno va sabiendo de los pormenores de la vida del fugitivo. Nunca entenderé que Dylan siga vivo y que Bergman haya muerto, ni tampoco que un prófugo, al que persiguen veinte coches patrulla, herido de bala y con los neumáticos del coche reventados, improvise una última escapada por entre los matorrales de una carretera secundaria. Como mi amigo en Marrakech, como yo aquí ahora, es un secreto a voces que en la huida no hay otra intención que la de ser alcanzado.