Según la archiconocida fábula, la calidad de una vivienda es inversamente proporcional al tiempo de asueto del que disponen los inquilinos. Las casas de los holgazanes y juerguistas suelen ser de paja y apenas aguantan el soplido de un lobo hambriento. Por el contrario, los inmuebles de los trabajadores empedernidos son inmunes a las más demoledoras condiciones climáticas y pueden aguantar el embiste de varias generaciones de residentes. Es ésta también la analogía de dos civilizaciones contradichas, la europea y la norteamericana. En Middletown, yo viviré en una casa de madera. Seré el cerdito II violinista: "Construiré mi casa en un santiamén con todos estos troncos y me iré también a jugar". La calle se llama Fairview ("Mirada justa"), como el pueblo de Mujeres desesperadas, en el imaginario Eagle State.
En su libro Especies de espacios, Georges Perec reflexiona sobre la funcionalidad efímera y resbaladiza de los espacios, la cual parece responder siempre a los antojos relacionales de los individuos que los habitan: "O bien arraigarse, encontrar o dar forma a las raíces de uno, arrancar al espacio el lugar que será el nuestro, construir, plantar, apropiarse milímetro a milímetro de la propia casa: pertenecer por entero a nuestro pueblo, saber que uno es de la región de Cevennes o de Poitou. O bien no llevar más que lo puesto, no guardar nada, vivir en un hotel y cambiar a menudo de hotel y de ciudad y de país, hablar, leer indiferentemente cuatro o cinco lenguas; no sentirse en casa en ninguna parte, pero sentirse bien casi en todos los sitios".
En definitiva: o bien vivir sempiterno en la casa heredada de nuestros predecesores históricos, llena de recuerdos y de moradores anímicos, antepasados de las deudas que nos acucian; o bien esperar el tornado o huracán oportuno para empezar todo de nuevo y no llevar ni lo puesto.
1 comentario:
flipaoooo q te quedan tres semanas!!!!
Publicar un comentario